Sociólogos de la Universidad de Indiana hicieron un experimento de dos años en una escuela secundaria para determinar cuáles son los efectos de los chismes en los grupos sociales de adultos y de niños.
Se determinó que en los grupos de niños los comentarios suelen ser hirientes y desmedidos, calificando con adjetivos como “gordo”, “tonto”, “vaca” o “estúpido”, aunque son simplemente una forma de pertenecer al grupo que esta diferenciándose de una persona.
Por su parte, los adultos critican con la misma finalidad y las mismas intenciones pero de forma más sutil, dado que los chismes en el mundo laboral implican más responsabilidad que en otros ámbitos, ya que pueden desembocar en el despido del “chismoso”.
Los chismes adultos se inician con un comentario sarcástico que sirve para tantear el ambiente, y que continúa con la adhesión de otros o con un salto de tema en caso de que se perciba opiniones adversas a las de aquel que inició el ataque.
En ambos grupos, adultos y niños, se observó que los chismes actúan como elementos de cohesión del grupo y generan unidad, pero a la vez pueden volverse peligrosos, ya que una vez iniciado el ataque, si nadie defiende a la víctima, los insultos se vuelven cada vez más grandes e hirientes, fomentando la violencia y la discriminación.
En el grupo puntual de maestras observadas, se pudo notar que había quienes tenían mayor capacidad de dirigir las miradas del grupo, localizándolas en un individuo particular: la directora del colegio. Esto perjudicó la relación de la directora con las otras maestras y entre ellas mismas, y posiblemente esta haya sido la causa del menor rendimiento académico durante ese año.
Los investigadores incitaron a prevenir los chismes dañinos mediante la pregunta “¿Por qué opinas eso?” o simplemente resaltando los rasgos positivos de aquella persona a quien se esta criticando, aunque agregan que si estas estrategias no funcionan, un simple “¿No tendrías que estar trabajando?” mitigará todos los futuros comentarios.
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